0 comentarios / viernes, 19 de octubre de 2012 a las 13:00 / Publicado por Chiclana Hoy

Efeméride de la Riada del 65 por El Abuelo Chano



Tal día como hoy hace cuarenta y siete años, el centro de Chiclana permaneció más de seis horas bajo agua.



Estuvo lloviendo sin parar durante varias horas, pero si aquí cayó agua, todavía fue peor en Medina, en Campano y en la comarca de La Janda. Así, cuando era la una de la tarde del martes 19 de octubre de 1965, el río Iro no pudo albergar en su cauce el agua que venía y comenzó a desbordarse.

¿Era esto algo excepcional? Debemos tener memoria, las riadas en Chiclana son algo cíclico. Aunque ahora ocurran de tarde en tarde, a comienzos de siglo cada año tenía su crecida, unas veces más destructivas y otras menos. Sólo recordamos las más devastadoras, pero la riá del sesenta y cinco tuvo su precedente tres años antes.

La madrugada del 25 al 26 de diciembre de 1962, también llovió en cantidad. Me contó Manolo Gutiérrez, el de las ambulancias, que ese día estaba durmiendo en la trastienda de una venta que regentaba por la zona del Pilar, cuando, a las cinco de la mañana se despertó sobresaltado porque la cama se movía y notaba que tenía todo el cuerpo empapado. Rápidamente llamó a tres compa-ñeros que dormían con él y marcó el número de la Guardia Civil: “¿Oiga?, ¡que la zona del Pilar tiene dos metros de agua!” “¿Qué, todavía te dura la tajá de Navidad?”, le contestó el somnoliento guardia de puerta. Trabajo le costó convencerle de que no era una broma para que se pusiera en movimiento.

Lo siguiente era salir de allí. El agua impedía abrir la puerta, por lo que tuvieron que romperla a puñetazos. Luego, se subieron como pudieron a la azotea y desde allí, a pesar de la oscuridad en que estaba sumida una Chiclana que de madrugada apagaba la poca luz pública con la que contaba, pudieron observar la enorme laguna en que se había convertido la zona baja del pueblo. Se lanzaron al agua y comenzaron a nadar.

Manolo nadaba al lado de Juan Toledo, el taxista, y notaron algo raro cuando iban por la ladrillera. Más tarde se enterarían que habían pasado por encima del enorme pozo del que tomaban el agua para elaborar los ladrillos y que estaba actuando de sumidero.

Por aquellas fechas no había Protección Civil y como los bomberos tenían que venir de Cádiz, hubo que llamar a la Infantería de Marina que la teníamos más cercana. Acudió rápidamente y comenzaron las labores de evacuación. Como Manolo acababa de terminar la mili, precisamente como Infante de Marina, se presentó al jefe de la tropa y lo pusieron al cargo de una lancha. Al ser el único que conocía la zona, iba dirigiendo las maniobras, guiándose por las copas de los árboles, y así estuvo hasta las diez de la noche sacando gente de la Barriada del Pilar, la antigua, la de la carretera Nueva.

Así fue como Chiclana conoció la primera riá de los tiempos modernos que, de haber tenido unas autoridades más previsoras y preocupadas por su pueblo, hubiera evitado o, al menos, paliado, la terrible inundación de 1965. Porque el desastre del sesenta y cinco ha quedado en nuestra historia como la inundación de las inundaciones, el desbordamiento por excelencia, la riá de Chiclana.

Cuando luego los técnicos explicaron lo que había pasado, fue la primera vez que escuché la palabra “gota fría”, pero en la práctica no fue una gota, fueron millones. En Campano se registraron trescientos treinta litros por metro cuadrado y en los alrededores de Chiclana un total de doscientos trece litros. Estaba claro que ni el cauce ni los puentes que lo cruzaban estaban preparados para soportar la terrible avalancha que se les vino encima.

El que todo sucediera de día posibilitó que, milagrosamente, no ocurrieran desgracias personales. Pero los daños materiales fueron terribles, todo el centro destrozado, los dos puentes muy afectados, el teatro García Gutiérrez derrumbado y las barriadas de las Albinas, Campo de Fútbol, Nuestro Padre Jesús y el Pilar, anegadas totalmente, permaneciendo durante muchas horas bajo el agua.

Miles de familias perdieron todo lo que tenían, quedando en la más completa miseria. En el centro, el agua alcanzó cerca de tres metros y en algunas barriadas, como la del Pilar, cerca de cinco. El ejército, los bomberos, La Marina y el personal voluntario, no daban abasto para socorrer a todos los que se quedaron atrapados por las aguas. Una vez más el pueblo de Chiclana se supo comportar, algunos, poniendo en grave peligro su vida, estuvieron todo el día con una pequeña barca de remos sacando a quienes se encontraban aislados.

Una mención especial merece doña Victoria Baro, la encargada del comedor de Auxilio Social, institución que aún hoy continúa junto a San Telmo en la calle La Plaza, llevada hasta hace pocos años por su sobrina Anichi Martín Baro. La irrupción de las aguas fue tan inesperada que no dio tiempo a evacuar el comedor lleno en esos momentos de niños. Victoria estuvo cerca de tres horas metida en agua hasta conseguir por medio de una soga que le había tirado el vecino de enfrente, que todos se subieran a un camión. Tras luchar contra las fuerzas de las aguas que lo llevaban hacia el cauce del río, el vehículo logró por fin salir de aquel lugar, habiéndose subido ella la última. Hoy, cuando paso por la calle –En Naveritos– que le dedicaron hace algunos años, no puedo remediar mirar hacia el cielo.

Todo lo más emblemático que tenía Chiclana, exceptuando el Hospital San Martín, la Iglesia Mayor con su Arquillo del Reloj y Santa Ana, quedó afectado por la inundación. Principalmente doloroso fue el destino del Puente Chico, del Kiosco de la Música y del Teatro García Gutiérrez. Nadie estudió la forma de rehabilitarlos, fue más fácil tirarlo todo abajo, con lo que el poco patrimonio cultural y artístico que teníamos quedó aún más mermado.

La ribera del río había sido mantenida por nuestros antepasados prácticamente sin tocar. La Chiclana de la Grana, rodeada de bosques que la protegían, conocía bien lo que era necesario hacer para defenderse de un cauce que de vez en cuando tornaba su paz de riachuelo en la bravura del más caudaloso río. La Alameda, el Cemento, el eucalistral frente al 22 o el precioso jardín que teníamos al terminar la Alameda, donde se encontraba el busto de García Gutiérrez, rodeaban el río y respetaban el cauce natural del mismo. Pero los intereses urbanísticos siempre han sido ajenos a los del pueblo; un día desaparecieron las flores y su lugar se cambió por hormigón y ladrillos. ¿Cómo pudimos quedarnos sin el jardín de la Alameda que era un remanso de paz y del que aún parece que percibo sus olores?
También sufrieron mucho otros lugares que si no pertenecían a nuestro patrimonio cultural o artístico, tenían encima mucho arte. Me estoy refiriendo con todo cariño a El Rincón, El 22 y el bar de Capricho. Eran bares tradicionales, conocidos, como en el caso del Rincón por el cuidado especial que su dueño, Antonio Rodríguez, ponía en la conservación del vino y por el patio con sus maravillosas parras que albergaba en su interior. Diego Vela Cerrato propietario del 22, que tenía señalado la altura a la que llegó el agua. Lugar donde la rondalla que lleva su nombre, ensayaban para sus serenatas “Noches de ronda”. El primer grupo se fundó hace más de cincuenta años. Y qué decir de los montaitos que se inventó Capricho. Y también –para colmo– perdimos hace unos cuantos años, el mencionado anteriormente Bar “El 22”. Pero mi amigo Diego “el del 22”, continúa –aún más si cabe– disfrutando con los trinos de su laúd y componiendo cada día nuevos temas.

¿Qué pasó en el cielo?
Esta pregunta nos formulábamos todos los chiclaneros. Para despejar la incógnita, hace unos cuantos años, me puse en contacto con el Centro de Climatología de Sevilla, cuyo director, Andrés Sáez Revilla, me notificó el siguiente informe técnico: “Al verificar nuestros archivos, observamos que en el mes de octubre del sesenta y cinco en las cercanías de Chiclana de la Frontera, en el lugar conocido como Campano, se registraron 329,7 litros por metro cuadrado. Y concretamente el día diecinueve se contabilizaron en la zona 213 litros por metro cuadrado”. La cuenca del río Iro recogía toda el agua caída en la zona y si la canalización en Chiclana no era lo suficientemente buena, inevitablemente se produjo el desbordamiento del río. El señor Sáez Revilla, añadió que: “incluso hoy en día, con los avanzados medios técnicos que disponemos, no siempre se puede pronosticar este tipo de fenómeno”.


Como siempre, tuvimos que contentarnos con la pasión, con el sentimiento, trabajar mucho, luchar todavía más y emocionarnos cuando escuchábamos el pasodoble compuesto por Federico Rodríguez García, “El Cote”. Primer premio provincial del año 1966, con la comparsa de El Puerto de Santa María, “Los Gondoleros de Venecia”, hizo popular en toda la Bahía:


Con el corazón transido 


leímos aquella mañana 


la inundación que ha tenido 


ese pueblo de Chiclana. 


A pesar de su desgracia 


decían con emoción: 


aunque pasamos fatiga, 


si nadie perdió la vida, 


démosles gracias a Dios. 


Nadie les vieron llorar 


aunque perdieron sus hogares, 


en aquellos barrizales 


trabajaban con afán. 


Todos los que los escuchaban 


muy asombrados decían las gentes: 


ese pueblo de Chiclana, 


el que he visto más valiente. 


Un niño con una pala, 


quitando barro con gana, 


a su madre le decía: 


¡no llores tú, madre mía, 


y arriba siempre Chiclana!.







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