My Blog

El abuelo Chano nació en Chiclana en la calle Rafael de la Viesca, la que todo el mundo conoce como Corredera y hace unos años le pusieron Corredera Alta, la que va desde el freidor-bar de Juan Benítez y la esquina de Clara, hasta la Plaza Patiño. Estábamos en un septiembre lluvioso de 1903. El día de nuestra patrona que ese año cayó en martes. Como no viví el comienzo del siglo XX, voy a tratar de contarles a ustedes lo que a mí me dijeron de esos años.

En 1899, se discutió lo mismo que hace once años: ¿El siglo XX comienza en 1900 o en 1901? En Chiclana, y por si las moscas, empezaron tempranito con las celebraciones. El domingo 31 de diciembre de 1899 tuvo lugar un solemne Te Deum en la Iglesia Mayor oficiado por el vicario Manuel Barberá. Allí estaban todas las fuerzas vivas del pueblo, presididas por Enrique Quecuty Ponce, que entonces era el alcalde.

En Chiclana, a comienzos de siglo existían grandes diferencias sociales. El terrateniente, el señorito, dominaba y controlaba al pueblo; el resto, agua y ajo. La agricultura, más concretamente el viñedo, era la base económica de nuestro pueblo. Y el puñetero siglo comenzó con una terrible epidemia de filoxera que acabó con casi todas las viñas. Tenía mi padre guardado un papelito con lo que se dijo en un pleno: “El viñedo de Chiclana se encuentra en la miseria, las zonas más afectadas por los focos de filoxera son: el lado izquierdo del río aguas abajo, la primera entre la carretera de Vejer y la zona del Balneario de Fuente Amarga. Consideramos el viñedo de Chiclana próximo a desaparecer, si con mano rigurosa no se atiende a su replantación”. Como podéis ver, un lamentable 

desastre. 

Se pasaba el quinario. Como dependíamos de la viña para vivir en un tanto por ciento muy elevado, su desaparición suponía el hambre y la miseria para el pueblo. Más de mil obreros se dirigieron al Ayuntamiento, donde el alcalde les dio dos reales a cada uno para que pudieran comer. Un concejal propuso que todos los miembros del Ayuntamiento aportaran algún dinero, lo que no tuvieron más remedio que aprobar. Se les buscó trabajo reparando calles y ya se pueden ustedes imaginar el arreglo que hicieron en unas calles sin asfaltar: cuatro carretás de zahorra o escombros y hasta que vuelva a llover otra vez. También los socorrieron con comida y pan, y algunos miembros del Partido Liberal consiguieron sesenta y cinco mil pesetas para obras públicas. Así mismo se habló de construir un nuevo puente para sustituir el de madera que se encontraba frente a la calle del Duque de la Torre.

Chiclana estaba llena de chozas, las había por el cementerio viejo, la carretera de la Soledad, Carboneros, carretera de Medina, Plaza del Santo Cristo, El Arenal..., una verdadera pena. El Centro Obrero tenía censados cerca de dos mil braceros para las viñas. Mucha gente tuvo que emigrar, la gran mayoría a América, para buscarse la vida.

El siglo comenzó con un pueblo muy diferente al que lo ha terminado. Ha cambiado en todos los sentidos. Por ejemplo la circulación, empezamos sin un coche, con muchos carros y muchísimos borricos, ahora tenemos atascos diariamente y los burros están en el zoológico. La carretera pasaba por el pueblo, entraba por “El Pájaro”, cruzaba el antiguo Puente Grande, la calle Huerta Chica, atravesaba el Arquillo del Reloj, la Plaza del Santo Cristo y bajaba por la Cuesta del Matadero llegando a “El Pilar de Degollaero”. En ese trayecto se fueron instalando tres gasolineras, una en la Alameda del Piojito, en la Escalereta, otra junto a la Iglesia Mayor y la tercera terminando la Cuesta del Matadero, frente al Pilar.

Hacía poco más de un año -el domingo 13 de noviembre de 1898- que se había inaugurado el alumbrado eléctrico. La gente, los que podían, se iban a Jerez de luna de miel, el resto ni de aquí a la esquina. El paseo José María Quecuty, lo que ahora llamamos la Alameda del Río, era lo más bonito que teníamos, aunque de tierra, con muchas yerbas y lleno de boquetes. La gente se moría por cualquier motivo. Mi tío José, “El Ronquito”, era cochero y lo mismo daba un viaje a la playa con varios bañistas, que más tarde adornaba sus caballos para llevar al difunto al Almoraú. Los entierros constituían un gran acontecimiento social, existía la costumbre de poner cintas al féretro, que eran cogidas por las personas más allegadas, mientras caminaban junto al ataúd. Simbólicamente llevaban el cadáver sin cargar con su peso.

Por aquellas fechas se dedicaron algunas calles a personajes que destacaron en Chiclana. Todavía existen dos de ellas que tienen una anécdota muy curiosa. Había en nuestro pueblo un maestro escuela de La Isla que se llamaba Joaquín Santos y era muy querido por la gente, tanto que en mayo de 1901 se le nombró hijo predilecto y se pensó dedicarle una calle. Alguien en el Ayuntamiento propuso que se le destinara la calle Álamo, pero un concejal se opuso tajantemente: “¿Cómo vamos a dedicar una calle tan larga a un cañaílla por muy bueno que haya sido?”. Con lo que tras largo debate, buscaron otra céntrica pero mucho más chiquitita, la que va del Ayuntamiento a la Plaza de Abastos. Y la calle Álamo la reservaron, destinándola el año siguiente al capitán chiclanero Don Enrique de las Morenas y Fossi, (Chiclana de la Frontera, 23 de mayo de 1855 - Baler, Filipinas, 22 de noviembre de 1898) héroe del Sitio de Baler en la isla de Luzón y uno de “Los últimos de Filipinas”.

En 1904, se le asigna una pensión de cinco mil pesetas para la viuda, que nunca llegó.