3 comentarios / lunes, 6 de agosto de 2012 a las 13:14 / Publicado por Chiclana Hoy

"El carné de Camarero" por El Abuelo Chano

Carrera de antiguos camareros con sus bandejas


Si algo nos preocupa a medida que vamos cumpliendo años, es la memoria. La memoria es algo que queremos conservar para toda la vida, y que muchas veces es inevitable su pérdida.A todos nos ocurren cosas curiosas a lo largo de nuestra existencia que, o las olvidamos, o no las queremos contar por vergüenza o reparo.

Antiguos comedores
Me he propuesto, ya que aún –a Dios gracias– tengo la capacidad suficiente de retener, revivir, rememorar y recordar tiempos y anécdotas pasadas, con honestidad y sin pudor, voy a enumerar y narrar algunas de ellas con todo tipo de detalle.

He tenido la “suerte” de trabajar desde los catorce años, en muchos sitios y en diferentes sectores, durante más de cuarenta años sin encontrarme jamás en situación de paro,–cotizando como está establecido– y he conocido a muchas personas, buenas, regulares, malas y excelentes.

Si puedo y me acuerdo, –porque ya tengo la memoria mandá a componé– os contaré algunas cosas que me han pasado y bromas que me han dado y he dado.

Hace unos días, estuve recapitulando una burla que una vez le hice a un compañero en el trabajo. No fue una cosa planeada, tramada, ni pensada. Todo salió espontáneo, natural e improvisado.

Comedor con mesa para seis comensales
A la una de la tarde, –en mi ocupación– se paraba la jornada de trabajo para almorzar. Teníamos cuarenta y cinco minutos de descanso para luego continuar toda la tarde hasta las siete. –Como recordaréis, antes y en todos los sitios, eran jornadas partidas– Bueno, resulta que para no tener que llevarme todos los días el costo o la vianda, comíamos –la mayoría de los trabajadores– en unos comedores de la propia empresa.

En cada mesa nos sentábamos seis compañeros de distintas actividades profesionales. Ya teníamos preparado en nuestro espacio: el pan, los cubiertos, los postres y una jarra de agua.

Había un camarero para atender a unas diez o quince mesas. Normalmente, siempre era la misma persona la que se encargaba de este servicio. Un día –concretamente un jueves– observé que “mi camarero” habitual, no había venido. Al otro día y como ya teníamos una cierta amistad, lo primero que hice cuando lo vi fue interesarme por él. ¿Qué te pasó ayer José?... “¡¡Ná, hombre ná, que fui otra vez a examinarme pa sacar el carné de conducir”. Le respondí: ¿El teórico o el práctico?.... “Los tés con las preguntas ya hace más de un mes que lo aprobé, el coche en la calle que no se qué me pasa que me pongo como un flan y he ido ya seis veces”. ¿Quién es el “ingeniero” que te ha examinado? Le pregunté. Argumentó: “Don Juan García”.

Carne de Camarero
Inmediatamente se me vino ese nombre al pensamiento y le respondí: ¡Ah, mi tío! El camarero que se iba con la bandeja repleta de platos, dio un giro tan grande que por poco se cae. “¿Tu tío?, ¡no me digas!”

Pues sí, ese hombre alto, delgado con un buen bigote. En realidad es tío de mi mujer, pero vamos, que está muy vinculado con toda la familia. Como tiene un chalé en Chiclana muy cerca de donde viven mis cuñados, raro es el día que nos vemos. Me dice: ¿El del bigote grande negro no? Ese mismo es, le manifesté.

Como he dicho al principio, he trabajado en muchos sitios y entre ellos, varios años en una Auto-Escuela de profesor de teórica. Por aquella fecha, tenía que desplazarme casi todos los martes a la Jefatura de Tráfico en Cádiz, para llevar las documentaciones de los alumnos que querían optar al carné de conducir. Por tal motivo, me relacionaba y tenía amistad con muchos funcionarios de la Jefatura Provincial de Tráfico. Conocía a todos los examinadores y sabía sus nombres y apellidos.

– ¡Bueno, continuemos por dónde íbamos! – . El sirviente, como decía, –al oírme– dio un viraje como un molinete a más de cien por hora. Rápidamente y con las dos manos ocupadas, se acercó a mi hombro y me dijo: ¿Tú no podrías hablar con él a ver si puede echarme un cable? Hombre, eso que me estás pidiendo es comprometido y muy delicado y aún más, delante de estos señores.

Se puso muy nervioso diciendo: “¡no, hombre no!, yo no creo que estos caballeros tengan ningún inconveniente en guardar silencio y no comentárselo a nadie”. Estaba claro que el pobre hombre había dado con la horma de sus zapatos y tenía que hacer lo que fuese, para tratar de convencerme y que le ayudara a través de “mi tío”. Las cinco personas que me acompañaban compartiendo mi mesa, al unísono y espontáneamente –que parecía que todos se habían puesto de acuerdo– unánimemente contestaron: “No preocuparse que por nuestra parte, no vais a tener ningún tipo de problema, y si puedes favorecer en algo a este chaval, puedes estar tranquilo, que de esto no se entera nada más, que los que estamos sentados aquí, y hasta nosotros te lo íbamos a agradecer, si le puedes ayudar en algo”.

El camarero me miró sonriendo, pensando que de seguro yo iba a interceder y recomendárselo a “mi tío”.

Así comenzó esta broma –que ya no podía pararla –y no tenía más remedio que continuar fingiendo, falseando y ocultando la verdad.

El camarero, que diariamente me sirve los alimentos, se había tragado todo lo que le dije y más. Me vi envuelto en un dilema porque ya la broma había trascendido y extendido hacia los otros comensales, que al igual que el interesado, se lo habían creído todos.

¿Y ahora qué hago?, pensé para mis adentros. Todo debía continuar con total normalidad, para no levantar ningún tipo de sospecha.

Tras esta breve conversación, el camarero no paraba de dar vueltas acercándose a mi mesa. Como era lógico, antes de marcharme hacia mi lugar de trabajo, hablé con él –los dos a solas– y le pedí sus datos personales y el nombre de la Auto-Escuela por la que se estaba presentando.

Le indiqué que con estas referencias, podría “mi tío” saber fácilmente de quién estábamos hablando.

Era miércoles y al otro día, debía volver a examinarse por las calles de Cádiz con “mi tío” el ingeniero detrás, dando las oportunas órdenes.

El jueves cuando llegué y me senté para comer, nos atendió otro chico, ya que el habitual, estaba en una nueva convocatoria en la prueba del práctico. Me cambié el reloj de mano para que no se me olvidara lo que había estado pensando que haría. A las ocho de la tarde más o menos, agarré una guía telefónica y busqué el número de la auto escuela en cuestión. Inmediatamente marqué los correspondientes dígitos y –dándole el nombre del interesado–, le pregunté a la joven que amablemente me atendía, por el resultado obtenido. ¡“Un momento, por favor”! me dijo la muchacha.

No tardó ni diez segundos en responderme negativamente. ¡“Lo siento, no ha aprobado”! Le di las gracias y colgué el teléfono totalmente decepcionado, por la respuesta recibida. Me llevé pensando toda la noche, qué le podía decir al otro día, al novel alumno conductor.

Llegado el momento esperado, lo vi entrar con su bandeja muy serio y mirando para el lugar donde yo me encontraba. Me puse de pie y me fui hacia él preguntándole: ¿José, que te pasó ayer otra vez? Me miró serio, respetuoso, discreto y muy reservado me dijo: - ¡Que dijo tu tío que me había pasado el semáforo en rojo. Y yo juraría que aún estaba en ámbar!,

¿En amarillo estaba?, ¡si me ha comentado mi tío que tuvo el monitor que dar un frenazo!

¡Sí que frenó!, me contestó.


A la semana siguiente, otro día más que tuvo que solicitar de asuntos propios, para volver a examen. Por la tarde, repetí la misma maniobra del jueves anterior. Llamé a la auto escuela y con voz tenue, sutil y leve, la chavala me respondió: ¡Lo siento ha suspendido!

Otra nueva decepción y desesperanza que me llevé. Al otro día, fui de los primeros en entrar al comedor para buscarlo. Cuando me topé con él de frente, le dije muy serio: ¿Y ahora que has hecho mal? ¡Que al parecer pisé la acera con una de las ruedas! ¿Qué la pisaste? - ¡y me he enterado que te subiste encima! Eso fue lo que me dijo Don Juan, tu tío.

Mira José, si te soy sincero, él me ha dicho que quiere ayudarte pero, que para poderlo hacer, tienes que cometer alguna falta de carácter leve. En el mismo coche de prácticas de la auto escuela, van para examinarse dos alumnos más y como podrás deducir, él no podrá dejar pasar por alto una grave infracción.

Con este sufrimiento me llevé seis semanas, hasta que por fin, un día cuando volvía a llamar nuevamente a la academia, me contestó una voz encantadora que me replicó con una sonrisa: ¡Sí, ha aprobado!

Como era de suponer, yo estaba más contento que si me hubiera tocado el gordo de la lotería. Al día siguiente, cuando hizo su entrada por las puertas de los comedores, me fui para él y le di un fuerte abrazo diciéndole: ¡Por fin hijo, por fin!

El camarero alegre y gozoso me dijo: ¡Pues si tú supieras que creo que hoy he estado al volante peor que en otras ocasiones, pero tu tío sonriente con cara de satisfacción me miró por encima de ese pedazo de bigote negro y me habló: ¡Anda, anda, que ya está bien la cosa!

Al aproximarse para servirnos el segundo plato, me susurró sutilmente algo en el oído que no pude llegar a entender. Cuando nuevamente estuvo por los alrededores, le pregunté qué era lo que me había dicho tan flojito que no me había enterado. ¡Que no te vayas a ir que tengo en la taquilla dos botellas de Whisky Chivas, y quiero tener un detalle contigo en agradecimiento por el favor tan grande que me has hecho! --¿Y dos botellas José, dónde vas hombre? ¡Dos sí, una para tu tío y otra para ti!

Sentí compasión, dolor y tristeza al mismo tiempo. El embuste o cuento, que comencé con una simple broma, se había convertido en una farsa tan grande, que me vi implicado en un enredo.

Yo no podía aceptar lo que me estaba ofreciendo. Creo que hasta se me subió la tensión cuando estaba dándome las botellas.

¿Pero qué hago Dios míos? –pensaba en aquellos momentos–.Si le decía que todo había comenzado por una broma, no imaginaba la reacción o el enfrentamiento negativo que este camarero podía tener hacia mí, aunque el hombre era un iluso inocente.

Le insistí, rogué e imploré, que no aceptaría nada a cambio por el favor. Que la ayuda que le había podido prestar mediante “mi tío”, no había sido pensando en recibir ninguna contraprestación.

Conseguí convencerlo y rechazar el regalo que tan gustosamente me había preparado. Me fui suspirando profundamente para mi puesto de trabajo. Me había quitado de encima un peso grandísimo. El hombre había aprobado su permiso de conducir, creyendo que era mi tío el que le había ayudado y yo, casi más contento que él, tranquilo porque ya no tendrían que continuar mintiendo.

Estuve toda la noche con una pesadumbre, pena y remordimiento, que no me dejaba conciliar el sueño.

Apenado y compungido, hablando solo en la cama diciendo: “Por la gloria de mi mare, que ni por comida, este tipo de bromas, no las gasto más en mi vida”.

Abuelo Chano

3 comentarios:

  1. Salvador el 6 de agosto de 2012, 21:59 dijo ...

    Ja, ja, a donde nos puede llevar a veces una mentira sin mala intención, menos mal que pudiste salir del enredo, un saludo.


    . Ana Mari el 8 de agosto de 2012, 8:48 dijo ...

    No se si será verdad lo que cuentas, o si por otra parte, es una novela. De todas formas, sea lo que fuere, me ha encantado el texto y la forma de contarlo. Gracias abuelo por estas cositas.


    . Anónimo el 14 de agosto de 2012, 16:31 dijo ...

    Gracias al abuelo Chano, esta anecdota es la mejor manera de compartir una "simple" experiencia, que se puede convertir en una gran enseñanza. -Manolo Pavón.


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