0 comentarios / martes, 10 de julio de 2012 a las 11:26 / Publicado por Chiclana Hoy

Los “Felices” Años Veinte por el Abuelo Chano


Continuaban las obras del puente de hierro que iba a sustituir al de barcas en el caño Zurraque -Tres Caminos-. Fijarse la miseria que había entonces que a un obrero, mientras dormía, le robaron la ropa, junto a ocho pesetas que era todo el capital que tenía y al día siguiente tuvo el pobre hombre que ir a trabajar en calzoncillo y camiseta.

Poco a poco se hacían obras que iban cambiando el pueblo. En octubre de 1911 se declaró de utilidad pública el camino vecinal que llevaba a Sancti Petri. Esta carretera, conocida como el Camino de la Barca por ser la que nos llevaba desde hacía siglos a la Barca del río Sancti Petri, era el paso más usado para ir a Cádiz. Los estudios y el trazado del camino fueron efectuados por los mismos ingenieros que estaban elaborando el proyecto para hacer que la carretera Cádiz-Málaga no pasara por el centro. Los dos se apellidaban Martínez aunque no eran familia. El presupuesto estipulado era algo menor de cuarenta mil pesetas. Como suele suceder en estos casos, las cosas se fueron prolongando y nos colamos en 1917, en el que el Ayuntamiento había aprobado las obras de la carretera pero no tenía dinero para ejecutarlas. Por lo tanto, en septiembre de ese mismo año, hubo que hacer una suscripción popular para poder comenzarlas.

Y es que Chiclana estaba a medio hacer. En la primavera de 1923 se terminó el alcantarillado de la Plaza Jesús Nazareno -la Alameda Lora- con lo que desapareció el caño que la cruzaba y que tantas infecciones había provocado. Suponerse lo que era en el mismo centro del pueblo un caño apestoso.
Al Ayuntamiento lo movían más que a los caballitos de la feria. El 24 de junio de 1917 lo trasladaron de la Alameda Lora a la calle La Plaza, al lado de la iglesia de San Telmo, precisamente donde años más tarde estuvo el dispensario de Don Miguel el médico, como lo conocía todo el mundo.

Y no hablemos del movimiento de los políticos. Como os he contado ya, el año trece entró de alcalde Manuel Moreno Ortega, el catorce otra vez Juan Fernández-Caro, el quince un comerciante de tejidos, del partido liberal, llamado Agustín Villar Sánchez, el dieciséis Juan Fornell Muñoz, que fue el que cambió de sitio el Ayuntamiento, en el diecisiete otra vez tenemos de mandamás a Juan Fernández-Caro, que ya duró un poquito más, hasta enero de 1923, que fue sustituido por Andrés Escobar. Esta vez nos sale casi a un alcalde por año. Aquí, como en el gobierno de España, también se cumplía la alternancia del partido liberal y del conservador, aunque el jefe de los liberales, José Vélez, más preocupado por su empresa vinatera y por sus viñas, nunca llegó a ser alcalde. Sin embargo el jefe de los conservadores, Fernández-Caro, lo fue en cuatro ocasiones.

A pesar de los aires revolucionarios que ya estaban entrando en las capas más informadas de la sociedad chiclanera, la Iglesia continuaba siendo una de las instituciones básicas en la vida del pueblo. Cualquiera de sus actos convocaba una gran cantidad de personas y sabían qué teclas tocar. Los días 13, 14 y 15 de agosto de 1921, se celebraron cultos en la ermita de la Soledad para implorar por los que estaban en Marruecos defendiendo el “honor nacional” y pedir a Dios por los soldados muertos en África, que, como es bien conocido, eran los que no tenían dinero para pagar en metálico al gobierno la redención del servicio militar. O sea, el derecho a liberarse de “cumplir con la Patria” pagando una cantidad de dinero. Como dijo el poeta: “Impuesto de sangre para los pobres, impuesto en dinero para los ricos”.

Abuelo Chano
El acto se revistió de una gran solemnidad con las niñas del coro del colegio de las Monjas Agustinas cantando composiciones que emocionaban a todos los asistentes y con unos sermones encendidos de fervor patriótico que predicaba don Juan Olmedo Jiménez, el cura Olmedo. Impregnados de este fervor religioso, no es de extrañar el impacto que unos años antes sufrimos cuando, el domingo 21 de diciembre de 1919, murió el capellán de la iglesia de San Telmo, Don Juan Quintana y Guerra. Era muy apreciado por todo el mundo, sobre todo por los más necesitados. Le llamaban el “Padre Santo”, a veces se quedaba sin comer para darle su propia comida a los pobres.


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